Nadie escribe literatura.
Sería algo pretencioso. Se escriben poemas, se narran historias, se vuelcan
palabras lunáticas o llenas de razón, frías o llenas de sentimiento, feas o
bellas. Puede uno seguir una estructura o la inversa, o inventarse una. Y al
final sólo el paso de muchos años dirá si un diario perdido en un cajón, las
canciones de un vagabundo, la historia más previsible, o la novela más
críptica, serán consideradas literatura por otro grupo social que habrá hecho
su particular selección.
Sólo algunas obras serán
leídas una y otra vez a lo largo de los siglos. Sólo algunas serán universales.
Esa universalidad ¿se la dará el lector? Puede que - presionado por la fuerza
colectiva - lleguen solamente algunos textos al futuro. ¿Qué más da? Puede que el término
literatura se pierda y sólo sobreviva la industria. En cualquier caso, el que
escribe no debería estar encadenado a las predicciones, ni a la suerte.
Algo de disfrute tiene todo esto. Pero en cada momento, unos gustos se imponen a otros por la fuerza de
la repetición. Y el que goza con algo distinto quizá lo mantenga en secreto, o
se ponga a discutir. Y de nuevo ¿qué más da?
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