Cada una de
estas ventanas tiene más de una historia. Niños y abuelas que juegan en las
cocinas de verano, viajeros con mapas, amantes, un adolescente que toca la
guitarra, un pescador que otea el puerto donde su barco está anclado.
Los
alféizares de estas ventanas esconden pensamientos secretos,
de sus habitantes, y
de exploradores fortuitos.
Naves. El camino de Santiago cruza por la plaza de la Fonte, allí descanso tumbada en un banco bajo la sombra fresca de los árboles. Entrelazan sus ramas y me resguardan del sol de agosto. En este pueblo está la sidrería El Cabañón, donde se come con especial alegría. Naves no está junto al mar, pero el azul del muro que enmarca esta ventana es mar
suficiente porque el sol que lo baña es marinero.
Que tu
ventana dé a un jardín y a un puerto, y no a cualquier puerto sino al de
Viavélez... ¿Veis a la derecha al fondo los dos faros? Pues subid bordeando
este muro hacia el mirador que queda a la derecha, más arriba, y disfrutad de la entrada de los barcos.
Asturias está
bañada de colores vivos y leyendas, y a esta ventana sobre la arena de Cuevas de
Mar la enmarca el azul de las Nereidas. Dibujan un espacio por el que
vuela el aire, imitando a las olas, que en esta playa abren pasillos de juegos
en la roca .
Cudillero cuelga
sus ventanas al Cantábrico. Los que viven allí están hechos de algún material
homérico que sobrevive a la sal y al canto incesante de gaviotas. De espaldas
al mar me sorprende el rincón de uno de esos habitantes. Un espacio minúsculo que
concentra hogar y trabajo.
Esta ventana
saluda desde una cocina en Viavélez con toda la alegría que deben llevar los
guisos de una abuela que se escucha jalear a sus nietos para que salgan de la
cama y vayan a correr por las calles empedradas.
Corredor de colores en el
pueblo marinero de Tazones
Arriba en
Allende, en La Montaña Mágica, me siento bajo un tragaluz a decidir qué
haré mañana. ¿Dónde ir no importe el tiempo? ¿Es la lluvia más rápida que el
sol? El reloj de viento silba ahí fuera y los caballos hacen sonar al
suelo. ¿Por qué me preocupo de mañana? Ellos saldrán a correr, aunque el frío
se haga dueño de las horas, y esta noche hay espectáculo de estrellas.
Ventanas verdes de Viavélez
Detrás de estos cristales, un joven ha pasado la noche abrazado al cuerpo ondulado de su guitarra. Su
mano descansa sobre el mástil. Los párpados cerrados y el sueño abierto a medio
despertar. El sol entra por el mismo lugar que la luna, pero con luz invasora.
Aprieta las pestañas y pasa los dedos por los trastes. En las clavijas se para. Acaricia la redondez blanca. Sonríe en duermevela. Mañana de verano. El
alma vibrante de su inseparable nocturna cierra los labios y el cuerpo canela se
convierte en madera inerte con el día. Aquí reposa la escultura de una fantasía. Y aún
nos preguntamos por qué los jóvenes duermen hasta tarde.
Veo volar duendes en el destello esmeralda de un espejo. Pasitos de musgo y escalera trepan a esta ventana junto al
suelo. Muralla blanda en corazón de piedra de unos enanos que crecen hacia
abajo. Los pies en las bodegas bolean manzanas, y la sidra sube al alambique por esta cava oculta de Viavélez. Se escuchan voces menudas embotelladas en canicas. Burbujas de fiesta subterránea.
Hoy es el día que vamos juntos a descender el Sella. Ayer nos picó el sol y vamos rezagados. El olor de las vaquerizas y el sonido del F.E.V.E. entran por el ventanal del primer piso. Café mientras miramos los Picos de Europa desde Ovio. No se dejan ver todos los días para que miremos más cerca. La naturaleza como mantel del desayuno.
El Naranjo de Bulnes es muy madrugador. Se queda quieto sólo en días despejados, pero es entre nubes cuando él es feliz. Durante semanas enteras se hace el invisible y su cuerpo de roca escapa hacia el levante a recoger melocotones y naranjas. Los Picos de Europa - sus hermanos - se enfadan, ponen el cielo gris, y lloran lluvias de hielo. Con sacos de melocotones vuelve a casa en verano. Ni una nube en el cielo hoy en Allende. El contorno de los picos guiña a la Montaña Mágica.
A veces paso por el mismo lugar años más tarde y hago la misma foto, y nunca es la misma, algún ángulo de esa mirada hogareña pestañea en otra dirección. Quizá hoy el sol dejó un reflejo distinto en el cristal.
Me siento
extraño en esta nave quieta. No hay marinero en calma y yo no soy una
excepción. Mi barco tiene los mismos colores que mi casa.
Las ventanas en Asturias se abren en la piedra y respiran kilómetros de oxígeno. La Basílica
de Covadonga franquea sus muros para mirar al monte y seguir los caminos que llevan hasta los lagos
glaciares.
La fuerza del mar atraviesa islas de rocas. Corta una ventana natural y se asoma a la playa en Peñarronda.
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Ventanuco en la habitación de Heidi en La Montaña Mágica |
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Ventanita en la buhardilla del un hotel rural de Cabo Busto |
Me despido hasta el próximo reportaje desde
una ventana al monte en el oriente de Asturias,
y con las vistas al mar desde occidente.
Lucía Alcina en Asturias Microrrelatos inspirados en ventanas asturianas
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Fotografías de Lucía Alcina