martes, 29 de abril de 2014

Tragalluvias de Mariscal

      

 
Libro: Tragalluvias
Autor: Javier Mariscal
Editorial: palimpsesto 2.0
Género: Novela
 
¿Os imagináis que se derrama un frasco de tinta y se escribe sola una novela en una tarde? Esa es la sensación que he tenido al leerla. Fresca, fluida, sin abstracciones. Leyéndola con labios salados. Descubriendo que hay tantos idiomas como individuos.
Un abanico de protagonistas que parecen un único personaje, un río profundo y oscuro con muchos afluentes, al que caes, y donde te recoge una hoja de otoño atrapada en la corriente. Al principio sientes que quieres agarrarte a algo para entenderla, hasta que comprendes que sólo puedes dejarte llevar. Asomarte a la oscuridad de sus espejos. Columpiarte en los desniveles imprevistos. Rotar sobre ti mismo en sus torbellinos.
Una lectura de cadencias, sin tiempo. Con impresiones, sin marca páginas. Sin gritos. Con un solo grito. Imágenes derramadas en servilletas de café, en libros, en las manos. Letras que son personajes disfrazados, o ilustraciones de palabras. Pensamientos atrapados en un cazamariposas que se abre como las manos tras beber de una fuente.

Y el olor a café. Y esa sensación de escritor que te invade al pertenecer a esa cafetería. Estar presente en ese lugar donde todos tienen su espacio. Los libros que escribes en tu cabeza, las vidas que empiezas y quedan suspendidas en antiguas miradas y viajes.
Una narración envolvente que juega a ser música sin pentagrama. Concéntrica. Voces que se despliegan formando caracolas que se repliegan en otra voz. Un ejercicio de estilo, o la libertad de un hombre con un lápiz. En minúsculas, como los besos de un niño.

 
 
"Si sólo fuera sueño lo que uno desea tener en esta vida".
 
 
Tragalluvias transforma la palabra en algo sonoro, plástico, líquido. En un soplo fuerte de aire que a veces duele al cruzar las arterias atascadas. Una novela sobre el tiempo, sin unidades de medida. Que trasciende los límites, y demuestra que es posible hacerse entender sin someterse a códigos uniformes.


¿Cómo cazar todos esos ángulos que sobresalen de los márgenes del papel? Convirtiéndolos en arena, en pintura, en canciones, en incursiones a otros libros, en silencios, y volviéndolos a traer al mundo de la palabra. Con la delicadeza del que teje las comisuras de los ratos con los instantes. Con el dominio de las voces que se cruzan. Como cuando andamos por una calle bulliciosa y somos capaces de escuchar nuestra propia voz y las de los viandantes que nos rodean. Trenzándose en una sola conversación.


En una vista de halcón que baja hasta la altura de una niña de cuatro años y se convierte en mirada redonda de unos ojos grandes llenos de vida que observan venas fluorescentes. En un ojo de pez que mira con ojos rasgados la perspectiva del tiempo nublado de sentimientos sin nombre. Un guiño fotográfico. Una panorámica de una mujer invisible detrás de una barra. En monstruos fantásticos que se derriten en sombras a nuestros pies cuando la lluvia de la inocencia cambia la visión de un niño. Un globo, que parece inflado por Frank Capra, recorre en un trávelin aéreo el mundo que deja, al elevarse hacia las estrellas.
No podemos vivir todas nuestras vidas. Las no vividas subsisten como náufragos, como sueños, como puntas de iceberg de largas esperas, que, aún vacías, contienen tanta verdad y tanta vida. Ese volcán de vida que somos cada uno de nosotros.
 Lucía Alcina