miércoles, 17 de abril de 2013

Cuando la nave es el viaje. Un crucero en el tiempo.

Artículo: Lucía Alcina
Exposiciones temporales del Museo Thyssem: Hiperrealismo e Impresionismo.

El Museo Thyssem de Madrid se ha convertido en estos días en un Nautilus que atraviesa los dos últimos siglos mostrando el tremendo cambio de la mirada humana y sus efectos en el alma. La curiosidad sigue siendo un rasgo de inteligencia en nuestra especie, miren por las ventanillas de esta nave que comienza siendo de acero, y desemboca en un puente de madera a punto de romperse sobre una gran ola. No es cierto que veamos mejor con los ojos bien abiertos. Entornarlos es esencial para tener perspectiva, contraste, y comprender lo que tenemos ante nosotros.

Dos tripulaciones, dos formas de ver el mundo, dos mundos sobre cubierta, a una distancia de diez pasos, y 150 años. La tripulación de proa es la del estrés, metódica, exhaustiva, atenta, fría. Su forma de trabajo llega casi a la perfección. Pero tal es el grado de detalle en sus obras que el ojo no es capaz de abarcarlas con una mirada, tal es el brillo que patina en sus ciudades que nos devuelven un reflejo con luz de neón, que nos deja vacíos. Son los Hiperrealistas. Magistralmente representan la tormenta del siglo XXI, esa mezcla de melancolía y marketing. Una sociedad de espejos, metal, falsedad e ilusión, donde la aportación de un gran número de datos no arroja ninguna verdad. Es el mundo del “madmen”, del hombre loco. Un lugar para que el pasajero encuentre el origen, y no el final, de su ansiedad.

La tripulación de popa es aventurera, curiosa y libre. Comparten inquietud, amistad, e ideas, y al tiempo son un emblema de la individualidad, la cual defienden con tal vehemencia que llegan a protagonizar episodios salvajes. Son los paisajistas del Impresionismo y Post-Impresionismo. Es el lugar ideal para un pasajero en busca de emociones. Levantas la vista y te evades a un lugar secreto, lleno de quietud, donde la imaginación se aviva. Saltas del barco, cruzas a nado junto acantilados, llegas bajo un cielo multicolor a playas de arena y musgo, cruzas un bosque y terminas soñando bajo un gran árbol en primavera.

Aconsejo a los pasajeros sin vértigo que realicen el viaje hacia el pasado, de proa a popa, sin aclimatarse, y vean primero el monumental trabajo urbano de los hiperrealistas para perderse luego en los parajes escondidos de la naturaleza impresionista. Los artistas representan lo que se ve y se siente en una época determinada, pero también crean formas de ver y sentir el futuro, por eso el contacto directo con sus obras es un viaje en el tiempo lleno de inspiración.

sábado, 23 de marzo de 2013

A “Woody Night” Crónica de una noche sugerente

Artículo: Lucía Alcina

Los dados de gelatina saltaron por los aires.
Ostras, patés y vinos se balanceaban sobre las bandejas de plata. Cerraditos, apretujados en las estanterías, temiendo un revolcón gastronómico, los libros observaban el baile. Y a nuestros pies se lanzó la empleada de la librería, servilleta en mano. ¿A quién se le ha ocurrido dar un cóctel en una librería de cine?

Los tiempos han cambiado. Todo es cachivache multiuso para bandear el temporal. Y en este ambiente crecen las ideas nuevas, y los espacios se reconvierten en lugares de uno u otro uso. Donde había una pila de libros clásicos dos abuelitas toman café. En las vitrinas se despliegan papiros con la sinfonía del Atlas de las nubes.

Una pared sale del armario vestida de un largometraje. Y el mostrador de información se ha convertido en una barra de vinos afrutados. Los libreros intentan pasar desapercibidos mientras los camareros del catering navegan entre un mar de periodistas de lo más variopinto. Una especialista en agricultura charla con la que acaba de llegar de una recepción con la reina, cuando un crítico gastronómico les interrumpe para invitarles a la presentación de un libro sobre el sexo y la noche.

Precedida de un apunte de seis meses y medio de vida, la jefa de prensa olisquea el jamón prohibido que como un violín pasea acunado por toda la estancia . Los de las agencias hacen piña y comentan los tsunamis provocados por las oleadas de blogs y la desaparición del papel. Todo el mundo se está poniendo las pilas. Y en este entorno neoyorquino en el centro de Madrid, entre columnas, vino, libros y caviar, el cambio promete ser de lo más emocionante.

Iban a dar las doce. Y cenicienta se perdió en otro cuento. La que apareció no era la protagonista de la película sino el ser menudo y sonriente en el que se inspiró el guión. Una mujer pequeñita, casi centenaria, que enamoraba con sus rasgos suaves al tropel de invitados. Encaramada en un sofá que parecía salir de la escenografía bailante de Joe Wright, se aferraba a la mano de su intérprete y a cualquier otro asidero a su alcance.

El tiovivo del cine no la apabullaba, probablemente era el olor del vals del jamón. Con las copas en la mano, los tres periodistas se encaminaron hacia el exterior para abrir la puerta de un taxi, abandonando a la singular musa en un apasionado abrazo al sabroso invitado porcino que había arrebatado al violinista.