martes, 5 de enero de 2021

Todo el mundo tiene una historia, de Xavi Simó

Este es un libro duro, inquietante e incisivo; una ambientación magistral del realismo sucio norteamericano en la insularidad del interior balear; una historia de violencia y competitividad, sobre la mafia de una industria que trafica con la vida, en la que se ve inmerso un joven con una sensibilidad especial hacia la naturaleza.

La obsesión del protagonista por recuperar el linaje de un perro de presa mallorquín en vías de extinción, encadena seis historias de aparición y desaparición de animales que marcan la vida de Ramí Nadar. Con unos personajes secundarios que retratan la masculinidad aprendida en los bajos fondos de la cinematografía del siglo XX, Simó desenmascara la depravación de una sociedad cerrada, regida por la corrupción de tipos duros que beben del cine negro y derrochan bravuconería para ocultar conflictos internos de hombres reales y amordazar aspiraciones de hombres que sueñan.

“…los rostros que veía a mi alrededor, el mundo asqueroso, violento y humano en torno a los animales peleando hasta morir era lo que, sin remedio, cortaba el aliento. Lo peor del ser humano es la sangre de los animales.”

Ostensible y deliberadamente, el autor lanza a su protagonista a una historia inhóspita cuya tensión narrativa parece una alambrada entorno a piezas de puzle que Simó introduce con lenguaje sobrio y preciso, con una contención expresiva propia de James Salter y un pesimismo hosco de bebedores malhablados que recuerda a Carver, elipsis al más puro estilo Hemingway, una solidez para resolver asesinatos y un sentido de la justicia que evocan a Chandler. Pero su narrativa está despojada de la ironía de aquellos, y captura la franqueza y la esencia trágica de las novelas cortas de García Márquez con una melancolía que me recordó a El coronel no tiene quien le escriba, no solo en el tratamiento de algunos personajes sino en escenas concretas como la de la huida de Ramí de la pelea de gallos.

“Hay días que continúan con el anterior

como si no hubiera existido una noche entre ambos.”

Vemos crecer a Ramí a saltos, entre pájaros, reptiles, perros y gatos, con relatos y fábulas sobre las decisiones que transforman la inocencia del niño y la sensibilidad e irreflexión del joven, y escalonan su obsesión y su ambición hasta irrumpir en un círculo gánster que lo degenera en ladrón, crápula y asesino.

“…se giró hacia mí mientras la miraba – supongo que con esa cara de idiota que se nos queda a los idiotas cuando algo se nos retuerce por dentro -.”

Si La ciudad del prisionero, su anterior libro, estaba orquestada con musicalidad de blues, Xavi Simó rompe en esta novela el sonido con un silencio largo y tánico y una imperiosa voz en off de película en blanco y negro - asaltada por mordaces diálogos - de monólogos descriptivos que psicoanalizan a los personajes, diseccionan el paisaje y narran la intriga como un detective de Dashiel Hammet. Y a la vez, es como si el protagonista flotara en el aire por encima de su cadáver, como en El crepúsculo de los dioses, y pudiese contar de forma omnisciente lo que solo pudo vivir de forma arbitraria.

“Saber perdonarse y guardar siempre un rincón para las ilusiones. Eso era todo.”

“En aquellos tiempos no existía la recogida de animales perdidos, ni las protectoras y toda esa comedia. Qué dura es la vida sin casa, sin un lugar del que huir.”

Los pasajes de extrema crudeza conviven con personajes llenos de ternura como Ros, el perro que se convierte en amigo y que nos muestra el lado más vulnerable de un protagonista que se considera capaz de doblegar las naturalezas indomables hasta que alcanza “ese momento en la vida de un hombre” en el que comprende que no tiene capacidad de maniobra frente algunos temperamentos, y mucho menos frente al destino, y que, por ello, el afecto puede desembocar en ruptura, traición o desamor.

“Se dejó hacer sin articular ni siquiera un gruñido, solo mostraba los dientes pidiendo el máximo cuidado, nada más. Lo peor del dolor es el miedo.”

“Supuse al verlo, que los fantasmas acosan dentro de cada uno hasta que todos los círculos quedan cerrados.”

“Como una pareja maltrecha que se encuentra pasados los años, ambos evitamos el único nexo que nos unía.”

Esta es una novela corta de tal intensidad y tan inclasificable, que se sienten latigazos al atravesar sus contrastes; a las descripciones hondas del terreno y la casa de la abuela de donde rescata recuerdos de migas de pan le suceden otras de fábricas de carne, torturas, peleas de gallos, y envenenamientos, o “aullidos largos, seguros; mucho más cercanos a una bienvenida que al llanto”.

“Ningún septiembre es fácil.”

“El olvido deteriora.”

“Era la voz de algún cachorro. El dolor tiene timbre de mujer.”

“El sol empezaba a despuntar tras los molinos, recortando sus sombras en los campos de alfalfa como si fueran a quedar impresas para siempre. Hay un halo de recuerdo en el olor de la alfalfa mojada; destellos, migas de infancia conservadas en un aparente vacío.”

La lectura de esta historia no deja indemne al lector. Su estructura fragmentaria, el cambio del punto de vista en el último capítulo que podría ser el primero si giramos el puzle, y la voz tan cercana de un protagonista que a veces salta al lado del mal, transmite una sensación enigmática.

  


 

Cádiz en invierno