viernes, 25 de noviembre de 2016

Campos de Labastida a Laguardia

Principios de noviembre.

 




 

 


 
 
 

viernes, 18 de noviembre de 2016

Manual de jardinería (para gente sin jardín), de Daniel Monedero

"¿Qué hace los lunes la gente sin sueños?"
Estos relatos no se olvidan. Se quedan ahí. Pensantes. Dentro. Desnudos y llenos de oquedades. Por eso he tardado tanto tiempo en escribir sobre ellos. Son diez cuentos bajo un título que ya revela el contrapunto. Nos disponen a estar atentos a la duda - y con ella comienza un juego, poético, cargado de acentos cinematográficos.
Aquí lo imprescindible: Tres de los relatos de este libro son magníficos. Y los otros siete son esenciales para entender esta composición. Porque, aunque cada historia sea independiente - y algunas de ellas endiabladamente originales - hay algo que las une: La brevedad de lo cierto.
Cada personaje comienza su aventura a punto de ser vencido, porque vencerse es tirar las puertas abajo, dejar entrar el agua en los huecos. Esos huecos que llenan un alto porcentaje de la vida, y que a veces son mortales - porque nos matan con la rutina de querer ser otra cosa distinta a lo que somos - y a veces son utopías de abrazos, y besos - que nos mantienen vivos gracias a una elipsis, o a un fuera de campo.
Lo que es ser - ser - dura tan poco. Por eso a algunos de los protagonistas les invade el vértigo al ver el principio del final, y a otros una inmensa alegría al correr hacia el final del principio.
Hay un joven que reconstruye un verano en Seattle - ciudad que nunca pisó - y convierte el relato en un precioso homenaje nostálgico a los "90". Un tributo a las voces de los poetas irreverentes, que ennoblecían la vida de una pandilla de soñadores, habitantes de una ciudad pequeña.
Hay un Huck Finn que hace balance de su vida sobre una mecedora, y termina acarreándola a la espalda para volver al rio y dar encuentro a Tom.
Hay un chico de Queens - con todo en su contra - que descubre en un libro que es otra persona, y dedica su vida a ser quien cree ser.
Ser. Hasta que el mundo te lo permita. Fracciones de segundo, la niñez, un enamoramiento, la franqueza extravagante de una conversación de amantes, un viaje, un verano.
No ser. Y darse uno cuenta que la conexión se ha roto con lo que le rodea.

"Me he bautizado con el nombre de mi alma."
Este libro no habla de reparar lo roto. Se queda ahí. En el hueco. No trata de salvar a nadie. Habla sencillamente de la dureza de la verdad. Y es aquí donde entra a jugar el arte. La poesía. Saber enfrentarse a esa verdad de cada uno. Incluso cuando la verdad es un mundo sin jardín. Hacerlo con una creación silenciosa - una búsqueda del ser que se construye, siembra, e incluso injerta dentro de sí la propia lucha del ser. La belleza de las pequeñas y grandes batallas solitarias.
Está escrito con esa transparencia del lenguaje que permite a los personajes pensar, dándoles aire suficiente para actuar al mismo tiempo. A veces la historia está decapitada de comas, entrecortada, como la respiración. Otras, nos da una tregua, y nos invita a disfrutar de un poema. Sylvia Plath, Szymborska, Rimbaud. O a viajar a Polonia. Me gustan las historias que te invaden hasta ese punto; que te invitan a buscar el espacio fuera de campo; que le permiten al lector extenderlas - hacerlas suyas - hasta la frontera que el lector decida.
"Las personas no se diferencian tanto por sus valores o por su sistema filosófico como por su forma de poner las comas"
Estaba en el tren mientras leía el cuento que da título a este libro. Sentada junto a la ventana ( no puede ser de otra forma ¿verdad? ). Y levantaba los ojos del libro para ver pasar los campos, o para buscar alguna clave en internet que ampliase aún más el viaje de ese chico de Queens. Y encontré algo sorprendente. En un lugar de Polonia, en la Baja Silesia, existe una excepcionalidad gravitatoria donde es posible caer hacia arriba. Allí el equilibrio está ladeado en un punto de gravitación anómala. Elegir Polonia para un cuento - un país que ha luchado por su libertad en más de 40 ocasiones - seguro que no es casualidad.
Podría seguir escribiendo a máquina todo lo que anoté en una libreta que casi se queda sin páginas. Sobre personajes varados en el tiempo, o en algún sofá. Sobre la elección de 'Ray' como nombre del protagonista, que, 'casualmente', se enfrenta a los rayos catódicos de un televisor por donde se cuela el hielo. De por qué me venían a la cabeza imágenes de Monster's ball, de Gran Torino, o de Beautiful girls. O por qué razón apunté en una esquina 'este libro grita ¡Que me ahogo hostias! ¿No lo ves? ¿No lo sientes? ¿No me agarras?'.
Esas vueltas de tuerca - tan anglosajonas - que consiguen alzar la miseria a fuerza de músculo y poesía. Ese deseo de girar el destino, que tropieza con gigantes cervantinos. Ese viaje de un color verde extraterrestre. La poesía como jardín, ese otro mundo de posibilidades. La lectura como puerta, a otra lectura, a otra vida.
"Qué cara te ha dibujado el destino
y qué cara le has puesto tú a él."
Manual de jardinería ( para gente sin jardín ). Editorial RELEE

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 Libros

La poesía de Szymborska

Directamente os dejo con un poema suyo.

La mujer de Lot

Dicen que miró hacia atrás por curiosidad.
Pero yo podría haber tenido otras razones aparte de la curiosidad.
Miré hacia atrás por pena de una fuente de plata.
Por distracción mientras me ataba el cordón de mi sandalia.
Para evitar seguir mirando el justo cuello
de Lot, mi esposo.
Por una repentina certidumbre de que si yo hubiera muerto
él ni siquiera habría atenuado su marcha.
Por la desobediencia de los humildes.
Alerta a la persecución.
Repentinamente serena, esperanzada de que Dios hubiera cambiado de parecer.
Nuestras dos hijas ya estaban casi en la cima de la colina.
Sentí la ancianidad dentro de mí. Lejanía.
La futilidad de nuestro vagar. Somnolencia.
Miré hacia atrás mientras dejaba mi atado en el suelo.
Miré hacia atrás por miedo de dónde poner a continuación mi pie.
En mi camino aparecieron serpientes,
arañas, ratas de campo y buitres jóvenes.
Entonces no había justos ni malvados -simplemente todas las criaturas vivientes
reptaban y saltaban en medio de un pánico común.
Miré hacia atrás por soledad.
Por vergüenza de que estaba huyendo.
Por un deseo de gritar, de volver.
Justo cuando una súbita ráfaga de viento
me deshizo el peinado y me levantó mis vestidos.
Tuve la impresión de que lo estaban viendo todo desde las murallas de Sodoma
y estallaban en risas sonoras de vez en cuando.
Miré hacia atrás por rabia
para gozar de su gran ruina
miré hacia atrás por todas las razones que he mencionado.
Miré hacia atrás a pesar de mí misma.
Fue sólo una roca que se desprendió, resonando bajo los pies.
Una repentina grieta que cortó mi camino.
Al borde un hámster correteó parado en sus patas traseras.
Fue entonces que miramos los dos hacia atrás.
No, no. Yo seguí corriendo,
repté y gateé hacia arriba,
hasta que la oscuridad me aplastó desde el cielo,
y con ella, grava ardiente y pájaros muertos.
Por falta de aliento me balanceaba repetidamente.
Si alguien me hubiera visto podría haber pensado que estaba bailando.
No se descarta que mis ojos hayan estado abiertos.
Podría ser que siento mi cara vuelta hacia la ciudad.

Collage realizado por Wislawa Szymborska