Sus
obras han llegado a Madrid reunidas bajo el título "Una amistad entre
artistas". Confieso que no me interesaba su amistad, sino su trabajo, y
por eso dediqué la atención a intentar comprender los cuadros y las esculturas
en lugar de leer sobre sus relaciones personales.
Giacometti en su estudio.
Así, de primeras,
a lo bestia, sin más argumentación que lo que entra por los ojos, no encontré
ninguna semejanza entre sus creaciones. Fueron tres personalidades muy
diferentes, y eso se percibe en cómo materializaron sus pensamientos, en la utilización de los colores, en las
texturas, en la técnica, y en el punto de vista ante la postura del sujeto - objeto - al que
representan.
Incluso
en los títulos de las obras, se descubre que - fuesen amigos o no - las
diferencias entre los artistas son siempre profundas. Aún así, poder ver sus
miradas intercaladas, es una experiencia inspiradora; como también lo sería
examinarlas junto a cuadros de Rubens, de Juan Gris, o de Munch.
Una vez recorrida
toda la exposición, me giré para intentar encontrar algo que llamara la
atención en su conjunto; y con todas las obras de la última sala a la vista, me dije que estaba ante una habitación de mujeres recortadas.
Atravesé los pasillos, bajé a la primera planta, y comprobé que mi impresión se ajustaba solamente a las figuras del segundo piso. Es cierto que de las casi 240 obras exhibidas apenas llegan a la decena las que representan a personajes masculinos, que los cuadros están despojados de paisaje y la naturaleza viva aparece únicamente en tres óleos de los cuales uno bebe de Courbet.
Atravesé los pasillos, bajé a la primera planta, y comprobé que mi impresión se ajustaba solamente a las figuras del segundo piso. Es cierto que de las casi 240 obras exhibidas apenas llegan a la decena las que representan a personajes masculinos, que los cuadros están despojados de paisaje y la naturaleza viva aparece únicamente en tres óleos de los cuales uno bebe de Courbet.
La falaise. Balthus.
La mujer de los labios gruesos. Derain.
Luego hay máscaras, y progresa esa evolución de desarme y
desmantelamiento hacia el gesto conciso, la mueca, la ausencia - no del
individuo, sino del vínculo con lo social hasta desligarlo de su propia
narración interna - y comenzamos a entrever el recorte, el vacío, la omisión
del diálogo, la aparición del personaje encajado en el fondo negro de Derain,
en los fondos blancos de Giaccometti, en los sueños sombríos de Balthus.
Pero si esta orfandad - de entorno y biosfera - los une en la
segunda planta, es aquí donde aparecen también las grandes diferencias. Si bien
hay que destacar que esa falta de conexión total con el mundo se manifiesta,
por primera vez de forma plástica, con el recurso técnico de la sustracción del
personaje de cualquier tipo de contexto, y que ese vacío lo comprendemos hoy
perfectamente porque ha traspasado el lienzo, y somos esos personajes
recortados, no debemos olvidar que Derain no busca expresar lo mismo que
Balthus, y que lo que Giacometti revela tiene un objetivo muy distante del de
sus dos amigos.
"Siempre he tenido la impresión
o la sensación de la fragilidad de los seres vivos, como si les hiciera
falta una energía formidable para poder mantenerse en pie".
Giacometti
Isabel en el estudio. Giacometti.
Giacometti
busca algo incorpóreo, es él quien despliega una enorme energía para lograr
materializar la esencia del individuo al que tiene enfrente, y en sus cuadros
hay un inmenso respeto por esa esencia que proviene del modelo. El vacío de sus
cuadros y de sus esculturas está lleno de significado.
Nu debout dans l'atelier et L'homme qui chavire. Giacometti.
Las
obras de Giacometti parecen desbordadas de la abstracción de la verdad. Y
aunque esa verdad no se comprenda de una forma narrativa, sí que se aprecian a
nivel sensorial.
Grande bacchanale noire. Derain.
Derain
es mucho más sintético, reduce el vacío a un fondo negro u oscuro, no parece
haber intención de comprender al sujeto representado sino de plasmarlo reducido
a su forma, convertido en objeto.
La Phalene. Balthus.
Balthus
captura al modelo como objeto, al igual que Derain, pero va más allá y lo
transforma en sujeto de su propio universo, un sujeto inerte que tiene la
sensualidad de una marioneta al servicio del sentido del cuadro.
Les Beaux Jours. Balthus.
Balthus
no se propone pintar el sueño de la mujer que tiene frente a él, sino que le
hace posar que sueña, para poder construir con el ella-objeto la
representación de lo que él sueña.
La exposición se puede ver hasta el 6 de mayo de 2018 en la Fundación Mapfre. Paseo de Recoletos, 23. Madrid.
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